25 de Noviembre: Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer.
Causa y efecto
Autor: Lola Urbano | Tipo de texto: Narrativo | Etapa: Secundaria | Lecturas: 1154
Compartido por: @sabad el 2011-12-14
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Mi casa era perfecta. La de mis padres, quiero decir. Formábamos una familia adorable, nadie gritaba nunca, levantar la voz no nos estaba permitido y yo jamás dije un taco en mi vida. Mis compañeros de trabajo me obligaron a decir el otro día “caca, culo, pedo, pis” y me costó mucho trabajo… ¡se reían tanto!. Aún ahora, aquí, contándolo, apenas puedo decirlo con soltura. Jamás he dicho coño en voz alta. Sí he maltratado a alguna gente, amigas y eso, tal vez a mis hermanos, cuando nadie miraba, a veces he hecho mucho daño. Un daño irreparable tal vez. Pero nunca diría mierda, por muy enfadada que estuviera. Mi madre me lo enseñó a la perfección. Oh, vamos, las niñas buenas no dicen esas cosas, ni gritan. Si estás enfadada, no debes dejar que nadie se dé cuenta.

Mi familia era perfecta. Tanto, que hasta ser feo estaba mal visto, así que yo me esforzaba continuamente por parecer mona, nunca salía sin tacones, o sin pintar. Buscaba insistentemente la aprobación de mis padres y nunca dejaba que nadie viera mi malestar. Un malestar que, inexplicablemente, era casi constante.

Mi madre era mejor que yo, mucho mejor. Mis padres estuvieron casados muchos años y jamás les vi gritarse, nunca tuvieron una pelea de esas que cuenta la gente. Mamá…, la miraba yo, y ella contestaba: No pasa nada, no pasa nada, cuida de tu hermano, sólo será un momento. Pero a mí me parecía que me estaba mintiendo. Y subía la escalera con mi padre.

Al acercarse la hora de comer, ella nos reunía a todos los hermanos y decía, mientras nos repasaba con la mirada: Bien, bien, ya es la hora de que venga papá de trabajar, ya sabéis lo que tenemos que hacer, estamos tranquilos, no nos peleamos ni discutimos nada, papá necesita estar tranquilo porque si no, se enfada y ya sabéis que eso no nos conviene, queremos ver feliz a papá.

Casi todos los días decía algo parecido antes de que él llegara y subieran al piso de arriba. Pero aquel día él llegó y ella no quería subir. Así que mi padre tiró el plato de comida contra la pared, la cogió del pelo y así la llevó hasta la escalera. Yo la miraba esperando que me dijera algo, que gritara, que llorara… pero mi madre no hacía nada, sólo intentaba tranquilizarlo y subía la escalera mientras me hacía un gesto para que no me preocupara: No pasa nada, leí en sus labios mientras volvía la cabeza y desaparecía en el piso de arriba…

Cuando la policía me preguntó, solo supe decirles lo que yo veía cada día: No, nunca se peleaban. Mi madre siempre estaba procurando que la casa estuviera tranquila para que él pudiera descansar. Y él la cogía del pelo mientras subían, jugando, la escalera. La verdad es que no pude evitar sorprenderme cuando vi la sangre de mi padre en la alfombra de su dormitorio. Ha debido ser un accidente, mi madre jamás hubiera dejado que se manchara la alfombra.

No pasa nada, leí en sus labios la última vez que la vi tras la ventanilla del coche de la policía, No pasa nada, repetía sonriéndome mientras volvía la cabeza y desaparecía calle arriba camino de la comisaría.



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